29 de junio de 2009

Es un auténtico placer presentales al nuevo colaborador de este espacio. Jesús Díaz Chaparro desempolva textos que, a modo casi de diario, escribió en distintos momentos de su vida sin otro fin que dejar las pruebas necesarias para que la memoria, en un futuro, tenga donde agarrarse. Pero quizás están cambiando sus planes y la literatura se le presenta como la tarea que va mas allá de la mera autobigrafía o catarsis personal. Por ello saca sus palabras a la luz.

RECUERDOS DE MI NIÑEZ


El recuerdo de mi niñez que más a menudo viene a mi cabeza (e incluso a mis ojos porque por instantes parece que estoy viéndolo de nuevo) es un partido de fútbol de los que jugaban los niños de antes, en la calle, fabricando las porterías con cuatro piedras o dos mochilas o dos sudaderas o una mezcla de todos estos objetos (oda a la imaginación).
Vivían mis padres de alquiler en un callejón al lado de un taller mecánico y en frente de un almacén de un súpermercado primeroy años más tarde de un videoclub. Nos juntábamos unos cuantos amigos del bloque, de la calle, del barrio... y teníamos un equipo; un equipo sin nombre que jugaba partidos contra otros equipos armados por el mismo método e igualmente sin nombre. Evidentemente, ni pensar en un balón reglamentario o en equipaciones. Yo sentía que nuestro estadio era nuestra calle y casi memorizados los chándals de mis compañeros para poder pasarles el balón. En mi cabeza estaba todo eso, que si un día disputábamos un partido en mi calle al día siguiente nos tocaría jugarlo en otra calle, en otro estadio, con la presión de un equipo visitante.
Era bonito pensar que no había suplentes ni titulares, sabías qye ibas a jugar y eso daba una responsabilidad. Te las tenías que ingeniar para que uno fuera el portero porque siendo un puesto imprescindible a ninguno nos hacía gracia utilizar las manos pero quiero recordar que nosotros teníamos un portero fijo con el que contábamos (casi) siempre.
Normalmente no había tiempo de juego, aquello era fútbol total y ganaba el equipo que llegara antes a un número de goles concertado entre ambos equipos.

El partido protagonista de este recuerdo se jugaba en nuestra calle, una tarde de invierno después de haberte comido un buen bocata de nocilla.
Colocamos las porterías, acordamos el número de goles, utilizamos el sistema de “pares y nones” para elegir saque o portería y el partido comenzaba con un “ya vale” majestuoso. Teníamos aquella tarde un elemento extraño en el campo de juego y es que había aparcada una camioneta (nunca pude saber si pertenecía al taller o al almacén y es una cosa que hoy, bastantes años después, me sigue intrigando profundamente) que se llevó un sinfín de pelotazos (seguidos todos de maldiciones infantiles). El partido estaba igualado y mi equipo marcó el gol final. Ganamos.
Pero había más ganas de jugar, éramos niños incansables y no teníamos nada mejor qué hacer. Acordamos otros cuantos goles más y continúamos, más pelotazos a la camioneta.
A poco de la continuación, una prórroga pedida por el otro equipo, comenzó a llover y para mí aquello era el diluvio universal, creo que todavía hoy nunca estuve debajo de tanto lluvia. El sonido de la lluvia rompiendo contra el techo de la camioneta lo tengo grabado a fuego. Nadie podía renunciar, lo acordado tenía que seguir y si un equipo se retiraba perdía y eso de retirarse era una deshonra. Hasta que no marcamos los goles totales no nos pudimos ir. Volvimos a ganar.

Al día siguiente, todos con gripe... y una satisfacción de haber luchado y vencido. La gripe se fue y la gloria quedaba.
Por eso, hoy, cuando paso por aquel callejón veo la camioneta y a mis amigos de la infancia celebrando los goles. Me alegro mucho por aquella tarde, por haber crecido feliz en la calle, con despreocupación, sin excesivos peligros.

8 de junio de 2009


ADIOS

Fue tan cruel como sencillo.
Te arropaste con los ojos del mundo
y te fuiste
dejando ese olor a mujer
que suele tener la soledad.

Fícpolis

3 de junio de 2009