21 de agosto de 2010

Maestros: Jaime Sabines

A estas horas, aquí

Habría que bailar ese danzón que tocan en el cabaret de abajo,
dejar mi cuarto encerrado
y bajar a bailar entre borrachos.
Uno es un tonto en una cama acostado,
sin mujer, aburrido, pensando,
sólo pensando.
No tengo "hambre de amor", pero no quiero
pasar todas las noches embrocado
mirándome los brazos,
o, apagada la luz, trazando líneas con la luz del cigarro.
Leer, o recordar,
o sentirme tufos de literato,
o esperar algo.
Habría que bajar a una calle desierta

y con las manos en la bolsas, despacio,
caminar con mis pies e irles diciendo:
uno, dos, tres, cuatro...
Este cielo de México es oscuro,
lleno de gatos,
con estrellas miedosas
y con el aire apretado.
(Anoche, sin embargo, había llovido
y era fresco, amoroso, delgado.)
Hoy habría que pasármela llorando
en una acera húmeda, al pie de un árbol,
o esperar un tranvía escandaloso
para gritar con fuerzas, bien alto.
Si yo tuviera un perro podría acariciarlo.
Si yo tuviera un hijo le enseñaría mi retrato
o le diría un cuento
que no dijera nada, pero que fuera largo.
Yo ya no quiero, no, yo ya no quiero
seguir todas las noches vigilando
cuándo voy a dormirme, cuándo.
Yo lo que quiero es que pase algo,
que me muera de veras
o que de veras esté fastidiado,
o cuando menos que se caiga el techo
de mi casa un rato.

La jaula que me cuente sus amores con el canario.
La pobre luna, a la que todavía le cantan los gitanos,
y la dulce luna de mi armario,
que me digan algo,
que me hablen en metáforas, como dicen que hablan,
este vino es amargo,
bajo la lengua tengo un escarabajo.

¡Qué bueno que se quedara mi cuarto
toda la noche solo,
hecho un tonto, mirando!

De: Otro recuento de poemas

http://www.youtube.com/watch?v=q0h22jh4Lmk

17 de agosto de 2010


ATENCIÓN AL CLIENTE

Atención al cliente, buenos días
le atiende Olga, diga por favor
en que puedo ayudarle.
Pues mire, que me falla
el ordenador y la vida
pesa demasiado últimamente.
Déme nombre, por favor
nombre, apellidos y espere
que la base de datos tarda
algún tiempo en cargarse.
Juan, Juan Suárez, le decía
que soy cobarde y no veo
para esta soledad otro remedio
que igualar sueño y memoria
haciendo que en las noches
vuelva a mi lado el tacto
de una piel que ha de estar
deshecha al amanecer.
Perdone, yo no entiendo
la razón de su llamada.
Verá, Olga, yo le explico
que tiene este trasto la manía
de no guardar información
de vivir sólo del pasado.
Sea, por favor
un poco más concreto.
Que lo enciendo y no puedo
más que ir a las imágenes
de hace ya algunos años
esas que guardan la luz
del tiempo vivido intenso
Lo siento pero debo
colgar ya que su nombre
no aparece en lista y la consulta
está falta de sentido. ¡No!
no lo haga y entienda
que vivir así es muy difícil,
solo quiero que este trasto
afronte como se debe
la vida conforme llega
Le juro que no entiendo
cuales son sus problemas
pero quizás sea la respuesta
limpiar del todo la memoria
Es que tal vez no lo quiera.
Aun sería más difícil
levantarme sin tener
su recuerdo entre lo labios
y jugar para que vuelva
recogiendo de este otoño
las hojas con su eterna
y azul boina parisina,
o no escucharla planear
sus destinos en las líneas
de la palma de mi mano.
No soportaría, seguro
olvidar su espalda entre las sábanas.
Sería difícil, muy difícil
salir al mundo sin el día
en que me dijo sonriendo
no le cuentes a mi jefe
que he mentido en el currículum
y que éste que te sirvo
será mi primer café.
No querría, lo confieso
igual que debo confesar
que he mentido con mi nombre
Señorita, ¿sigue ahí?
Pero no, no puede ser
ha pasado mucho tiempo.
Y veo, Luís, que tú tampoco
fuiste capaz de olvidar
Pero como voy a serlo
si me arruinan las facturas
de teléfono y yo nunca

                  nunca tuve ordenador….

3 de agosto de 2010


          Lección de moda o vestuario de un poeta vanguardista


Al despertar, en mi cabeza he sentido como un sueño de los muchos que han acontecido mientras dormía, resistiéndose a la madriguera de la mañana, se ha perdido entre mi pelo dejando ver a veces las dos largas orejas con las que intenta captar los música de este mundo tan distinto al eterno y pesado paisaje de relojes desechos al que él está habituado. Teniendo en cuenta esto, opte por la chistera y dejé a un lado mi querido bombín con su fondo de raso azul, y es una pena, porque hoy quería enseñar en cada saludo el claro cielo bajo el cual viven todas mis ideas.

 Por tocarte, incluso en mi chaleco de Señor con Mayúsculas germinaron dos brazos que a fuerza de buscar luces en tu espalda han terminado con un estampado que me perfuma las perchas y deja los armarios preñados de una nube de polen, de un aire maldito que aprovecha tu ausencia y mi alergia para dar a mi rostro un gesto de irritada tristeza. Es por eso que la camisa nacida en tus abrazos tiene la culpa de que a veces llame desnudo a tu puerta.

Baudelaire es un gato borracho al que le gusta mordisquear las solapas de mi levita y condenar al celibato a todos los claveles que antes encontraban en mi pecho un ojal siempre dispuesto al amor.  Y queda Baudelaire el cuello de esta prenda con la corta solemnidad de un sacerdote cuyo reborde no es otro que mi pálida nuez intentando tragar a duras penas una libido de olores no saciada por el capricho de un gato aficionado a la noche oscura del absenta.

No obstante, para descifrar el viento, como lenguas de colores mis corbatas saborean la brisa hasta encontrar la estela que tu cuello ha dejado, momento en el que llevan a cabo su especial metamorfosis enrollándose en sí mismas para dar lugar a un nudo de cuatro aspas, pajarita multiplicada o molinillo que gira mientras yo abro los brazos y tomo dirección a ti.

En la empuñadura de mi bastón un caballo mira al horizonte poseído seguramente por la misma tristeza  que se adueñaría del guitarrista que ha de conformarse de por vida con una sola cuerda, pues quizás el hecho de ver reducido su cuerpo a un cilindro de madera no sea el verdadero problema; a mi parecer, su mirar taciturno esta provocado por haberse visto privado de sus tres espuelas restantes, de esas poderosas notas con las que cabalgaba clavando el ritmo en la tierra que temblaba al son de esa música aplastante. Yo, conmovido, no puedo hacer más que agarrar sus crines plateadas y marcar con su espuela el compás de mi camino; tres golpes suyos por cada uno de mis pasos como recordatorio de sus miembros fantasmas.

Mi cinturón era una serpiente aflautada incapaz de resistir estas temperaturas, por lo que cierta mañana, harta ya de vivir, entrego sus energías al sol de agosto y terminó por derretirse dejando mis pantalones de unos hilos negros que me impiden andar deprisa, me obligan a tomarme las cosas con calma, porque un exceso de movimiento puede provocar que estos se enreden dando conmigo directamente en el suelo.


El hecho de ser un animal urbano implica que de tanto recorrer las aceras mis suelas se hayan nutrido de tiempo y cemento. Mis primeros y eternos zapatos tienen las suelas fortalecidas, gruesas, en cambio, del resto del calzado quedan tan solo algunas tiras, cuerdas que hacen que tenga que enfrentarme al frío con la valentía de un legionario romano.