13 de diciembre de 2010

Nacido de una huella que dejó en la nieve Jeremiah Johnson, y alimentado por ese deseo quijotesco de convertir en forma de vida una aspiración idealista, John Gummo es un personaje original de Borja González Hoyos (http://losninjaspolacos.blogspot.com/), quien algún día, esperemos no muy lejano, dará forma completa a su historia. Pero mientras esto sucede algunos tenemos el placer de escribir para ellos, para el dibujante que ilustra textos como este que presento, (además otros más ambiciosos de los que hablaremos en su momento), y para ese cazador que ataviado con su chaquetón de estrellas consiguió seducirme desde un principio por una razón contundente. Y es que John Gummo no deja de ser una brutal encarnación  de la poesía a la que se llega  por tres caminos diferentes: el recorrido por unos paisajes imaginativos y llenos de cielos abiertos, la entrega total a los sueños, y la constante presencia de la muerte que le aporta su naturaleza de western. Esperamos que os guste.

                           La leyenda de Klaus

Aquella flor surgida de la nada, en medio del desierto, y que se marchitó casi al segundo de nacer, sólo fue el principio de una interminable hilera de la que John enseguida dedujo, ayudado también por las notas musicales  camufladas en el viento, que no era sino el camino que Klaus le estaba mostrando para llegar hasta él. Nada importó el hecho de que hace ya años, inexplicablemente, hubiese sido abandonado por él en aquel poblado sureño del que meses después salió con una cicatriz en el hombro izquierdo, fruto del balazo que el mismo Klaus le propinó nada más verse. Eso daba igual, porque en aquellas flores azules y su muerte temprana John vio claramente una llamada de socorro a la que debía responder.

El camino, serpenteando a veces por la arena, nacía al principio casi a la misma velocidad que su caballo lo recorría, pero a medida que avanzaba  la distancia entre una flor y otra aumentó, como también fue disminuyendo el tiempo que permanecían vivas, marchitándose incluso antes de que su forma apareciese completamente, por lo que comenzó a cabalgar tras ellas todo lo deprisa que pudo. Corrió. Corrió hasta llegar a volar.  Y mientras la tarde y él se movían a un ritmo tan frenético que la conciencia del tiempo y la distancia quedaban perdidas en algún lugar que ya había quedado lejos, John se enfrentaba todo aquello que, como pájaros suspendidos en mitad de su trayectoria, le llegaba estrepitosamente a la cabeza. Como la esperanza de volver a verlo con vida, de la que renegó al advertir su locura, única justificación que encontró para ese disparo; las historias que sobre él se escuchaban, su  supuesta servidumbre a  Garintone, el magnate lunático, o la gran cantidad de muertes que según dichas historias llevaban su firma, entre ellas masacre de Foinvillage, donde el mismo Klaus había visto crecer a sus hijos.

  Un camino interminable, flores y más flores atravesando el desierto, golpes de viento que hacían volar los pétalos secos que habían dado forma a esa ruta con color de un mal presagio, y la música de Klaus, sus canciones inconfundibles, las únicas en el mundo nacidas con la magia necesaria para superar sus propios limites y hacer de su armonía algo físico, algo vivo. Pero ahora esa vida apenas llegaba a formarse, y conforme a avanzaba John empezó a escuchar como las notas se iban acercando unas a otras hasta hacer perceptible una triste melodía en cuyo fondo creyó escuchar el doblar de unas campanas. “Tengo un réquiem para ti” se dijo entonces Gummo,  la frase con que Klaus le saludó justo antes de dispararle,  y que a veces sonaba como un eco en mitad des sus noches. “Tengo un réquiem para ti”, y recordó después la primera vez que cabalgaron juntos, cuando Klaus sacó la guitarra en aquella llanura, No estoy de acuerdo con ellos- dijo mientras tocaba- no creo que seas un iluso cazador de sueños, en algún lugar deben estar esos búfalos estrellados, que nadie los vea no significa que no existan, y al callar Klaus, Jhon se quitó el sombrero por sentir en él al pájaro azul que enseguida echaría a volar. “Tengo un réquiem para ti”, y se esfumaron las nubes del pasado devolviéndolo al presente, a un camino que al fin terminó en una flor que duramente se levantaba en medio de un gran charco de sangre.

 Con la espalda apoyada en una lápida, la guitarra ocultaba la herida del vientre que el músico no tardó en enseñarle mientras se dirigía a él con el gesto de quien ruega a la muerte que le deje arreglar sus cuentas antes de ser llevado, y ante el que John, confuso, acabo por determinar que la única forma de prestarle ayuda era acabar ya con aquel dolor.  Pero cuando se dispuso a dar el tiro de gracia, Klaus alzó un brazo y puso un dedo en el cañón, pedía algo de tiempo, y tras hacer el intento inútil de hablar, se ladeo dejando ver el nombre inscrito en la piedra golpeándose después el pecho y haciendo sonar un gemido, un llanto ya sin lágrimas. De pronto todo aquello que sobre él tenía halo de una leyenda cobró el peso contundente de la realidad. John supo así que el que agonizaba a sus pies no era otro que aquel increíble músico que enloqueció de repente el mismo  día en que recibió la visita de Garintone, el excéntrico millonario, el conocedor de las artes oscuras, a quien terminaría por ayudar en la conquista de la luna convertido ya en un animal sin escrúpulos, en el sanguinario que ejecutaría toda matanza que el dedo del magnate señalase, incluida la de su familia, a cuyos miembros alguien dio sepultura en una fosa común haciendo que en su lápida quedase inscrito por siempre el único golpe capaz de sacar a Klaus de su locura:

  Aquí yacen los cuerpos de Sara James y sus hijos,
por la obra de Klaus James,
marido, padre y asesino.

 John hundió entonces los dedos en la herida sacando una bala que creyó extraída de la misma conciencia, aun sabiendo que era inútil, casi toda la tumba estaba inundada con la sangre de Klaus, que ya temblaba invadido por ese frió que dicen hay en el trayecto de la tierra al infierno, como si el diablo quisiera que los muertos se acostumbrasen al frió para hacer más insoportable el fuego de sus latigazos. John se quitó el abrigo y se lo echó por encima. No había ningún arma cerca, el suicidio quedaba descartado, debía de haber por lo tanto alguna huella, aquel disparo había dejado una herida demasiado profunda como para no haber sucedido a una distancia muy corta, como si ya hubiese muerto, necesitaba las pistas que en el futuro le llevasen a ejecutar alguna venganza. Pero dejó de buscarlas cuando a su espalda comenzó de nuevo a sonar el réquiem que lo había llevado hasta allí y, preso de esa confusión que iba y venía, se dio la vuelta empuñando su arma, aunque minutos después la soltase para coger su rifle y perder una bala en la inmensidad del cielo. Con las primeras notas del réquiem que volvió a tocar impulsado con su último aliento de vida, las estrellas del abrigo comenzaron a desprenderse lentas, en una mansa humareda de luz fueron subiendo hasta hacer completa una noche que hasta entonces, a pesar de todo, se resistía a aparecer, y justo cuando la canción llegaba a su punto más alta, cuando sonaban con fuerza las notas más agudas, John, por fin, pudo verlos allí arriba. Sus búfalos estrellados, aquellos que llevaba buscando toda la vida, salvajes como un sueño, corrían disueltos en sus propias constelaciones, al compás del réquiem con el que Klaus se enterraba a si mismo, bailaban, al igual que lo hizo la luna, que comenzó a acercarse con un movimiento que  sólo cesó cuando John dirigió su rifle hacia ella y disparó una bala que devolvió el silencio a la noche y la oscuridad al cielo.

 La leyenda de Klaus es un cruce de caminos donde todas sus  versiones se contaminan o contradicen, donde se prestan o roban principios y finales, y toman una dirección u otra dependiendo del lugar donde sea contada. Algunas hablan de un extraño acompañante, un cazador peregrino, otras ni siquiera lo nombran, algunas dibujan a Klaus como la pura encarnación del mal, y otras como una marioneta movido por el destino. Cortas, largas, cambiantes. Las hay que se han visto reducidas a la sencillez de un cuento infantil, aunque otras, en cambio, adquieren la profundidad propia de una narración mitológica. Es sólo en estas últimas donde algunos han dicho escuchar la música de Klaus dando forma al relato al mismo son que este es narrado. Tal es el caso de “El Klaus lunático”, historia   en la que creen los habitantes de la luna,  y que les hace afirmar que la ultima melodía de este músico fue la que  hizo llegar volando, desde las estrellas, aquella la bala que había extraído del cadáver de su mujer para atravesar después su propio vientre, y lanzarla por último hacia la luna, donde dando muerte a Garintone habría de conseguir la libertad de su pueblo.


                       Breve Biografía

 John Gummo, hijo de granjeros, nace en el pueblo de Rawhide. A los diecisiete años se marcha de casa para dedicarse a la caza y la aventura. Encuentra una misteriosa joven llamada Laura en una gruta. Decide casarse con ella. Tiene 23 años.
Laura intenta asesinar a John, dejándole una cicatriz con forma de cruz en la mejilla derecha. Desconcertado, hace las maletas y deja a la joven en el lugar donde la encontró.
Tras una larga estancia en el poblado indio de Cabezas de Búfalo, el periódico de tirada mundial El Tabloide dedica un extenso artículo a la vida del cazador. En el es nombrado como el “El Gran Soñador del Planeta”, y se remata el texto sentenciando: “La búsqueda de búfalos estrellados es tan estúpida como creer en la existencia de un corazón negro.” También se le llama “idiota” en un par de ocasiones.
Con treinta años regresa a Rawhide. Tiene un caballo, un sombreo, un rifle, una cicatriz  y un abrigo de búfalo estrellado.
John Gummo muere a los 57 años en extrañas circunstancias, a los pies de la Colina del Brujo.
Atrás quedan infinitas aventuras, de las que tenemos constancia por su correspondencia y por los escasos textos publicados por los cronistas de la época.